La película “El libro verde” de Peter Farrelly, cuenta con oportunidades excelentes para alzarse con al menos una de las estatuillas en la ceremonia de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas estadounidense este próximo fin de semana. Ha aportado su granito de arena a la nominación de la obra en cinco apartados también el actor búlgaro Dimitar Marinov , en el papel de un violoncelista ruso.
Dimitar Marinov tuvo que pasar por una multitud de pruebas a las que se solía afrontar un hombre amante de la libertad y de talento en la época del socialismo búlgaro. Tuvo una infancia dura en el seno de una familia de “no fiarse de ella”, según los criterios del sistema de la época, sufrió interrogatorios por hacer propaganda de “ideas burguesas”, intentó fugarse del país a bordo del Expreso de Oriente. Fue castigado con años en la cárcel en la que le fracturaron los dedos con martillos de goma. Pese a los duros trances por los que tuvo que pasar, nada fue capaz de hacer mella en su sueño “demente”: el de llegar a ser el mejor de los mejores en el gran escenario mundial. Fue alentado en su afán por Vladi Simeonov, director de la filarmónica “Pionero”, quien llegó a disciplinar al pequeño violinista, muy propenso a hacer payasadas, sin por ello privarlo de su individualidad , y por su profesora de maestría artística, Nevena Kokanova, quien le dijo : “Tu camino te llevará muy lejos, simplemente no te desvíes de él”.
Ya en los primeros meses posteriores a la caída del régimen totalitario en 1989, Dimitar Marinov viajó a los EE.UU. debido a la libertad malinterpretada que se produjo en Bulgaria. Todo a lo que se dedicaba representaba un peldaño más hacia su sueño largamente acariciado: desde sus primeros pinitos de actor en el teatro de San Diego hasta el casting por el papel en el filme “El Libro Verde” (título original: Green Book), cuyo prototipo fue el violoncelista ruso, Yurii Taht. Así, de modo completamente lógico, dos personas crecidas tras el Telón de Acero, de suerte similar y de apariencia incluso casi idéntica, se funden en una imagen cinematográfica veraz.
Volviendo la mirada al pasado y viendo cómo las cosas se iban ordenando, sentí momentos muy escalofriantes en los cuales pienso y me digo eso evidentemente habría sido una predestinación y yo debía pasar por allá, dice el actor. Por ejemplo, el matrimonio que me acogió en los EE.UU. había perdido a un hijo nacido en la misma fecha que yo en accidente con motocicleta. Su apellido familiar es Shirley y en la película “El libro verde”, con la que entré en Hollywood, actúo en compañía del músico afroamericano, Don Shirley. Realmente, no sería capaz de decir que confío en la predestinación pero evocando esas circunstancias creo que un destino es en fin un destino.
Pese a que el discurso por la concesión del Óscar a la película incumbe a los productores, ¿qué diría al mundo el actor búlgaro desde alguna clase de escenario virtual?
Citaría de entrada a la icónica diva del cine, Marlene Dietrich, quien al recibir el premio dijo: ”No puedo darle las gracias a nadie, pues yo sola lo logré”. Aunque suene un tanto egoísta, la verdad es que mucha gente me ha ayudado a llegar a donde he llegado. En última instancia, he librado la batalla solo. Por lo demás, a la gente le diría que confiaran en sí, que no se desviarán de sus propósitos y lucharan por lo que ansian, independientemente de las circunstancias. Existía en el pasado un cuento muy bueno que adopté por lema, el de un hombre que desnudo se metió en un campo plagado de cactos y cuando le preguntaron por qué lo había hecho, él contestó: “Pues en ese momento esto me pareció lo más sensato”. De modo que no se cansen de meterse entre los cactos.
Dentro de sólo un mes el público búlgaro se podrá reunir con Dimitar Marinov quien presentará la cinta “Una foto con Yuki” en la que actúa en el festival Sofía Film Fest. ¿Qué tipo de Bulgaria quisiera ver al pisar el suelo patrio?
Treinta años después de 1989, Bulgaria sigue hundiéndose y lo triste es que no tiene con qué ponerse en el mapa de Europa y, menos aún, en el mapamundi, señala con amargura el actor refiriéndose a la patria que adora. Quisiera impeler al público, a los amigos, a los colegas, a no resignarse porque es hora de que los intelectuales abandonen la desidia, la incuria y se hagan cosmopolitas. El talento infinito de los búlgaros debe emerger, salir a flote y tomar las riendas. Es esto lo que quiero ver. Quiero que mis colegas y amigos me digan: ”Bueno, Dimitar, lo vamos a ensayar. Por qué no.
Versión en español por Mijail Mijailov
Foto: Archivo personal
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