Es imposible confundir los cuadros de Vladimir Dimitrov–El Maestro con los de otros artistas. Su estilo original y refulgente, así como las impresionantes imágenes que crea dejan un recuerdo duradero en la mente del público. Son particularmente características las efigies femeninas en los lienzos de El Maestro, quien ha logrado reflejar la santidad de la maternidad, que a menudo tratamos de expresar con palabras. La imagen humana no es la única en la que el artista ha plasmado su devoción por la vida. Observando un lienzo con frutas representadas en él, el espectador percibe el jugo que contienen, porque el pintor les ha insuflado vida con su pasión. Por cierto, El Maestro jamás dibujó frutas arrancadas del árbol, sino en su lugar, en las ramas.
Además de forjar su propio estilo, El Maestro supo imprimir fisonomía nacional a su obra –dice Svetla Alexándrova, curadora de la Galería de Arte Vladimir Dimitrov–El Maestro de Kyustendil, en el suroeste de Bulgaria– . Manifestaba que quiere retratar a sus personajes de tal manera que fuera obvio que son búlgaros. El artista genial y el hombre de bondad extraordinaria se fusionan en un todo en El Maestro. Es sorprendente la simbiosis entre su ingenio creativo y su pureza y cordialidad humana. No estaba exento de debilidades, pero las contenía, y cundo tenía que dar ejemplo lo hacía de una manera digna de admiración. El Maestro consagró conscientemente su vida a la soledad y se entregó en pleno al arte; sabía desde el principio que le esperaba un camino largo y difícil que recorrer, y siguió este camino sin separarse de él hasta el final. Una gran parte de la obra del artista está dedicada a la mujer, futura madre, y a los niños, son sus personajes favoritos. Mediante ellos, muestra el universo entero, cierra el ciclo completo de la vida: desde la infancia, pasando por la adolescencia, el casamiento, hasta la vejez. Es por eso que la obra que cierra la exposición en nuestra galería es el retrato de Mitra, una anciana de 103 años. El cuadro se llama “Memorias de la juventud” y, detrás de la abuela, unas mozas bailan la danza joró. Todos los recuerdos de la protagonista parecen estar reflejados en su semblante. La genialidad de El Maestro consiste en reflejar los sentimientos de tal manera que el espectador pueda adivinarlos. Además, lo que pretendía era presentar no una imagen concreta, sino colectiva.
En 1972, cuando se tomó la decisión de construir la Galería de Arte Vladimir Dimitrov–El Maestro, un edificio enorme para la época, a los vecinos de Kyustendil no se les ocurrió ni siquiera por un instante protestar por el dinero invertido en aquél a pesar de que el inmueble del hospital local todavía estaba sin terminar. Tampoco había fondos para la urbanización de la ciudad.
Los habitantes de Kyustendil percibían la construcción de la Galería como si se tratara de las obras de un templo. Para ellos era un lugar sagrado destinado a atesorar el espíritu de El Maestro –explica Svetla Alexándrova– . Algunas personas durante años se quitaban el sombrero y se persignaban antes de cruzar el umbral de la Galería; nadie las obligaba, así era cómo lo sentían. El edificio en sí está diseñado sin ventanas y salas de exposiciones separadas, pero cuenta con luz natural desde el techo. Los arquitectos querían que el propio pabellón guiara a los visitantes de un cuadro a otro. Las paredes son blancas, lo único que atrae la mirada son las pinturas resplandecientes de El Maestro, que irradian luz. No por casualidad en el portal de la Galería está escrita una cita de Hipócrates que reza: “Ars longa, vita brevis” (El arte es duradero pero la vida es breve). El Maestro ha vislumbrado con tiempo esta gran verdad y ha consagrado toda su existencia al arte.
Versión en española por Daniela Radíchkova
Fotos: vladimirdimitrov-maistora.com
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