En la memoria colectiva del noroeste de Bulgaria permanece un tren que desde fuera parece más bien una exposición de museo del siglo pasado, liberando vapor de las locomotoras con un acogedor aroma a comida casera y recuerdos contradictorios. Se trata del tren de Lom y Vidin a Sofía, que en realidad viaja a lo largo de la línea internacional Sofía - Budapest, pero entre sus viajeros todavía se le conoce como el "tren grasiento ":
Con él se transportaban productos grasos de Vidin a Sofía, recuerda la gente de Vratsa en una encuesta de la corresponsal de BNR, Iva Antonova. Había años en que algunas personas sabían que lo llamaban así, pero no sabían por qué, continúan los encuestados, y añaden: El “tren grasiento” es un término común, alegre pero algo triste, del pasado reciente.
Antaño el tren transportaba a cientos de familias a la capital en tiempos de agitación sociopolítica. Con él llegaban a Sofía canastas, cajas y paquetes llenos de carne, tocino, queso blanco, queso amarillo, uvas, pimientos y tomates, y todo lo producía la gente de esta zona bendecida por Dios: Kutlovitsa, Vratsa, Berkovitsa, Vidin y Lom.
La historia del "tren grasiento" la conozco por los recuerdos de mis padres, que son de diferentes lugares del noroeste del país, dice una habitante de la zona. Se bautizó así justo después de la Primera Guerra Mundial, cuando se construyó la línea. En estos años tan difíciles de la posguerra, recibió este nombre porque en él viajaban los agricultores con sus productos, principalmente aceite de girasol y productos cárnicos. Esa tradición continuó a lo largo de los años y especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se les confiscaban sus provisiones. La gente escondía animales para subsistir.
Por eso los productores del noroeste del país tomaban el tren nocturno a Sofía para vender sus productos, principalmente carne cerdo, gansos y patos cebados, pollos y gallinas. Los residentes de Sofía les esperaban en la Estación Central, donde rápidamente hacían intercambios en negro, porque en esa época en Sofía literalmente se pasaba hambre.
A través de todos los pueblos de las provincias de Vidin, Montana y Vratsa, Sofía se surtía de manjares como carne y tocino, cuentan quienes conservan recuerdos familiares del "tren grasiento". Cada viajero cargaba cestas y garrafas, y de ahí viene el calificativo de "tren grasiento".
La tradición del viaje nocturno en tren continuó incluso después de la guerra, hasta los años setenta. La mayoría de los comerciantes viajaban con el tren nocturno debido a los registros, y muchos de los nuevos residentes de Sofía en los barrios de las afueras de la ciudad dependían en gran medida de los productos enviados en el "tren grasiento" por sus parientes. Así, las cajas y los cajones llenos de botes de conservas seguían formando parte de los pedidos de otoño a los viajeros del tren.
Ese era probablemente el tren más atiborrado que he visto en mi vida, dice una mujer de mediana edad, recordando sus años de estudiante. Los pueblos búlgaros eran generosos con los niños de Sofía, añade un hombre mayor. La mayoría de productos que se transportaban eran grasos: manteca de cerdo, latas de queso blanco casero en salmuera, lechones, cordero asado... La gente producía, tenía, llevaba. Para las fiestas, para los fines de semana. Esta estrecha relación entre padres e hijos, entre la provincia y la capital, era realmente conmovedora.
Ahora que hace mucho tiempo que los pueblos no alimentan a la capital, todos estos recuerdos parecen leyendas.
También hay historias coloridas que probablemente se han ido adornando con los años. Como aquella del abuelo con una garrafa que se rompió involuntariamente en el pasillo lleno de gente. Cuando los diez litros de estupenda rakía (licor) de uva se derramaron por el suelo del vagón y debido a los fumadores se declaró un incendio que tuvo que extinguirse en la estación de Vratsa.
Versión en español por Marta Ros
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