También hoy en día, al evocar los primeros mítines democráticos, los búlgaros recordamos su figura carismática, la barba de perilla y el pelo despeinado, y como si de nuevo se oyera el eco de sus palabras llamando al pluralismo, las elecciones libres y los derechos humanos.
Radoy Ralin no rendía pleitesía a autoridades ni regimenes, decía la verdad en voz alta asumiendo las consecuencias sin doblar la cerviz. Antes del 10 de noviembre de 1989, cuando comenzaron los cambios democráticos en Bulgaria, satirizaba en epigramas a los gobernantes, que prohibían sus libros. Con motivo del treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín, los cincuenta y un años desde el aniquilamiento de la colección de epigramas Pimientos picantes del satírico y los quince desde su fallecimiento, la Agencia Estatal de Archivos ha montado una exposición, titulada Radoy Ralin en el espejo del tiempo, que reúne retratos humorísticos, fotos y documentos.
La muestra contiene alrededor de un centenar de retratos humorísticos; el más antiguo se remonta a 1944 y el último es de 2007 −dice Ivanka Guesenko, curadora de la misma− . En los primeros se le puede ver como participante en la Segunda Guerra Mundial y como periodista de un periódico militar. Algunos de sus retratos son obra de artistas reconocidos de la talla de Borís Dimovski, Nikola Mijailov, Kalín Nikolov e Iván Gazdov, pero también de personas cuyas firmas no podemos descifrar. Lo han dibujado sobre una servilleta de restaurante, sobre una cajetilla de cigarrillos o una libreta, ya que la peculiaridad de su porte incitaba a quienes lo rodeaban a hacerle retratos instantáneos.
Ivanka Guesenko agrega que el poeta permanecerá en la historia no sólo por su actitud crítica hacia el poder totalitario, sino también por sus poemas, la letra de más de un centenar de canciones, y por imponer las formas cortas como las epigramas, los aforismos, las tesis y las antítesis, los apóstrofes basados en obras de escritores búlgaros. Por último, pero no menos importante, fue también un excelente traductor. Ha traducido, por ejemplo, al dramaturgo y poeta galo Molière, así como poesía china, a pesar de que no manejaba bien aquel idioma.
Mostramos, además, dos cosas importantes: la máquina de escribir Erika, su herramienta de trabajo, así como una copia chamuscada de la colección Pimientos picantes que enfureció al régimen –prosigue la curadora– . Radoy Ralin nos ha dejado un mensaje, colocando entre las páginas de la revista Periodista búlgaro restos de las 10,000 copias del libro que fueron quemadas en los hornos de la instalación de calefacción de la imprenta estatal, recogidos en un sobre. Los puso en la página donde está publicado un artículo extremadamente crítico contra él, que se titula “Hay que saber usar bien el arma de la sátira”. Por supuesto, podría haberlos dejado en otro lugar, pero en mi opinión con esto quiso decir que lo que queda de su obra es lo que causó su destrucción.
En realidad, Radoy Ralin es el autor de apenas un par de los epigramas de la colección, el resto es folklore popular al que añadió los títulos. Después de que tres de sus colecciones no obtuvieran el visto bueno para ser publicados, con Pimientos picantes, decidió mostrar que la fuente de su inspiración es el folklore tradicional. Sin embargo, las autoridades lo castigaron por una caricatura de su coautor, Borís Dimovski, creyendo que la firma del cerdo del epigrama “Barriga llena, para la ciencia ajena” semeja la del primer secretario del Partido Comunista Búlgaro, Tódor Zhivkov, cuenta Kin Stoyanov, hijo del poeta, quien recordó dos de los epigramas de su padre con motivo del treinta aniversario de los cambios democráticos en Bulgaria.
“La libertad, momento tan inconfundible, conviértese al día siguiente en tiranía insufrible” es un epigrama que Radoy Ralin, aún idealista, escribió después del 9 de septiembre de 1944, cuando tenía expectativas de que surgiera una sociedad que permitiera a todos y cada uno desarrollarse de acuerdo con sus capacidades y talentos –comenta Kin Stoyanov– . El otro epigrama lo escribió después del 10 de noviembre de 1989, y reza así: “Cuán corto duras, libertad adorada, apenas apareces caes aniquilada”. En él vemos que todas las ilusiones ya han sido descartadas, quedando sólo el arte como una esperanza, al que Radoy Ralin se mantuvo fiel hasta el último de sus días.
Versión en español de Daniela Radíchkova
(Fotos: Diana Tsankova, BGNES, archivo)
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