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De las pasarelas de moda internacionales a la granja orgánica

Podría decirse que en la vida de Valentina Dimitrova y Cristián Vasilev lo hay todo: el glamour de las creaciones de los gurús de la moda y los flashes de las cámaras, el amor que surgió después de una reunión crucial en el otro extremo del mundo, el entusiasmo del idealista novato que regresa a la patria sólo para decepcionarse al colisionar con la realidad, pero aún así conservar la fe en el brillante futuro.

Nunca soñaron con trabajar como modelos de moda, pero la casualidad los puso en el camino de los “cazadores” de rostros de la industria de la moda. A la sazón, Cristián era estudiante de una universidad en Alemania y Valentina era cajera en un supermercado en los Estados Unidos, una parada temporal en el camino hacia su sueño de obtener un diploma en Enfermería. Y hace ya más de diez años que desfilan por las pasarelas del mundo, posan para revistas y anuncios brillantes y, cada vez más a menudo, arremangándose se ponen a escardar, cavar y remover la tierra y cosechar el fruto de su propio esfuerzo.

Los dos se conocieron en 2010 en una sesión fotográfica en Hong Kong y poco después formaron una familia. Y fue en Nueva York, donde se encuentra su hogar, donde surgió la idea de tener su propia granja orgánica y producir alimentos saludables. Un accidente en la familia precipitó su regreso a Bulgaria y la pareja se estableció en la aldea natal de Valentina, Akandzhíevo, en la provincia de Pázardzhik.

Hoy en día, el matrimonio cultiva frutas y hortalizas de temporada en invernaderos en un área de 0,15 hectáreas. Tiene, además, otras 0,3 hectáreas de huertos, 0,6 de viñedos y 4 de campos de escanda. Las semillas de hortalizas las importaron casi por completo del estado norteamericano de Vermont, y el resto son variedades tradicionales búlgaras conservadas en la familia durante generaciones. No usan productos químicos y confían únicamente en recetas tradicionales: abonan el suelo con humus orgánico, y para combatir los parásitos y otros insectos dañinos, aplican una mezcla de ortiga y varias preparaciones a base de hierbas. A veces pierden batallas, pero no se rinden porque quieren recolectar lo que consumirán sin preocuparse por su origen y calidad.

Si me hubieran preguntado hace ocho años si querría invertir en Bulgaria, me habría reído de buena gana −confiesa Cristián−. Pero en cierto momento experimenté una metamorfosis. Nunca perdí el contacto con la patria, siempre me he mantenido al tanto de lo que sucedía en Bulgaria. En un momento incluso empezó a molestarme escuchar cómo se imbuía la idea de que aquí nada funciona, que somos el país más pobre y más corrupto, por eso decidí hacer lo que podía para refutar todas estas afirmaciones. Afortunadamente, mi esposa apoyó mi decisión y espero que más búlgaros sigan nuestro ejemplo.

Pese a estar comprometidos por completo con la agricultura orgánica, Valentina y Cristián de vez en cuando ejercen el modelaje para financiar su empresa agrícola.

Tenía la ilusión de que los programas europeos serían la clave para los cambios positivos en Bulgaria, y ahora estoy molesto por lo ingenuo que fui dice el agricultor orgánico–. En 2017 postulamos a subvenciones para construir un edificio que albergue oficinas y almacenes donde acopiar la producción y desde donde los clientes se la pudieran llevar. Todo lo demás ya lo habíamos construido, e invertimos una gran cantidad de dinero en nuestra granja. No nos aprobaron. Me decepcionó la forma en que se seleccionan los candidatos adecuados y los miles de obstáculos en general que se interponen en el camino de los candidatos.

Cristián también evoca su decepción por los prejuicios con que fueron recibidos en el pueblo y la negativa de los lugareños a unirse a su empresa. De modo que el arduo trabajo corrió a cargo de miembros de la familia y jóvenes voluntarios del extranjero. En la actualidad, Valentina y Cristián crian a sus dos hijos en la granja orgánica y están felices de poder brindarles el mejor ambiente de vida posible: amor, aire limpio y alimentos saludables.

Amigos del extranjero me reprochan pecar de positivismo ingenuo, pero creo que el futuro cambiará para mejor −prosigue Cristián−. Confío en ello debido a nuestros clientes. La mayoría son extranjeros y son jóvenes muy espiritualizados, amables y exitosos. Este es el futuro de Bulgaria que vendrá, estoy convencido. Mi consejo es que no hay que perder la fe y hay que dar un buen ejemplo y no esperar a que alguien haga el trabajo por nosotros.

Versión en español de Daniela Radíchkova

Fotos: archivo personal



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