El nombre de la cantante Galina Durmushlíyska es emblemático tanto para la música folklórica de la región de Dóbrudzha como para la cultura tradicional búlgara en general. Su espléndida voz es comparada por público y críticos con el canto del ruiseñor y el sonido mágico de “la Dóbrudzha plana”.
La cantante es originaria de la aldea de Vedrina, provincia de Dobrich, en el noreste de Bulgaria. Su talento musical le allanó el camino a los escenarios nacionales e internacionales. A principios de la década de 1990, grabó por primera vez su repertorio de canciones de Dóbrudzha con la Orquesta de Música Folklórica de Radio Nacional de Bulgaria.
El archivo musical radiofónico de la cantante contiene unos 200 registros en solitario, así como grabaciones como integrante del trío Dobrudzhanka del que formó parte en los años de su formación profesional en el seno del Conjunto para Cantos y Danzas Folklóricas Dóbrudzha, de la ciudad de Dobrich.
Galina Durmushlíyska ha contribuido sobremanera a popularizar las canciones folklóricas búlgaras en Holanda durante su estancia de diez años en ese país. Ahí creó formaciones locales para canciones tradicionales polifónicas, con arreglos de destacados compositores búlgaros. En el año de su 60 aniversario, Galina Durmushlíyska evoca más recuerdos interesantes de sus periplos folklóricos por Bulgaria y el mundo:
Dóbrudzha es una región fabulosa. Es la tierra más fértil de Bulgaria, pero la única forma de sobrevivir es trabajando muy duro. Es por eso que la mayoría de las canciones versan sobre el trabajo y el día a día de la gente. Desde la infancia guardo el recuerdo de cómo la gente se reunía para trabajar y cantar. Las dos cosas iban de la mano. Así fue cómo empecé a cantar yo misma, sin pensar que podría convertirse en mi profesión. Las primeras canciones se las escuché a una mis abuelas, cuyas raíces son de Kırklareli, en Turquía. Mi familia vino a Dóbrudzha procedente de las ciudades búlgaras de Kótel y Karnobat y de Kırklareli. La mezcla con la población local dio como resultado canciones interesantes que aprendí de mi abuela. Ella me enseñó a cantar con voz suave, sin gritar, contando tranquilamente las proezas de nuestros predecesores. Si no fuera por algún milagro, ninguna canción habría nacido. El folklore encierra la sabiduría de una nación. Escuchando una canción tradicional, podemos conocer cómo era la vida de la gente, cuáles eran sus alegrías... Más tarde, el Conjunto Dóbrudzha, el escenario y el director de nuestro coro, Pétar Krumov, aportaron mucho a mi formación. Estoy agradecida a todos quienes han forjado en mí a lo largo de los años la capacidad de ser reconocible por el público, de agradarle escuchando mis canciones.
Integran mi repertorio canciones del sur y el norte de Dóbrudzha. Son diferentes porque las he adaptado a mi cosmovisión. No tengo ni una sola canción en la que alguien se muera o profiera maldiciones. Todo ser humano ha venido a este mundo para vivir, cantar, amar… En los años 1990 viajaba regularmente a Ucrania para reunirme con los búlgaros de Besarabia, de quienes aprendí un gran número de canciones. En Amsterdam, junto con compañeros holandeses, creé un coro mixto que existe en la actualidad. Para mí fue un remedio durante los años que viví en Holanda; enseñando a los holandeses el canto búlgaro, me sentía como si estuviera en Bulgaria. Discípulas mías componen el trío holandés Pavos Reales. Todas esas personas son sendos embajadores maravillosos de Bulgaria en los Países Bajos. Ahora me he establecido en la ciudad de Kótel. Me dedico al turismo cultural. Me siento más útil cuando enseño canto a los demás. También suelo viajar al extranjero; a menudo visito a la comunidad búlgara en Chipre.
Quiero dejar como legado a los jóvenes el recuerdo de otra época en la que la canción folklórica ayudó a los búlgaros a sobrellevar su difícil destino. Todos estos recuerdos y canciones los he recogido en un libro que saldrá pronto al mercado. En él también hablo de las mujeres que me regalaron sus canciones. Es una especie de archivo de mi vida en forma de canción. Tuve la increíble oportunidad de ser agraciada por el Señor con un talento que me sostiene y me da fuerzas. Cantar alivia el alma. Cuando estoy en el escenario, me gusta ver los ojos de la gente pendientes de mí. Es maravilloso ser capaz de tocar al público con la canción. Después de semejante actuación, todos están felices.
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