Concentración y disciplina: estas son dos palabras clave en el alpinismo para mí, decía el escalador búlgaro Boyán Petrov, quien hubiera cumplido hoy 47 años, en una entrevista el 13 de agosto de 2012.
Enérgico y capaz de ver lo positivo en cada situación, consiguió ganarse a miles de seguidores, haciéndoles confiar que cada persona determina el horizonte de sus propias capacidades. Por eso, en 2018, cuando partió para el tercer campamento del ochomil Shisha Pangma, nadie imaginaba que esto fuera para siempre.
La última vez que vi a Boyán fue el 29 de abril. Dijo que planeaba escalar la cumbre el 2 de mayo. Iba por la ruta a un ritmo acelerado; no parecía un hombre, sino una máquina, dice el alpinista ucraniano Alexander Nesterenko. Un compatriota suyo vio a Boyán por última vez con sus binoculares a una altitud de 7,500 m, aproximadamente. El 3 de mayo, los sherpas encontraron la tienda del búlgaro llena a medias de nieve. Boyán se quedó para siempre ahí, cerca de las estrellas, porque él mismo es una estrella gigante.
Siendo adolescente, se apasionó por la espeleología, luego le tocó el turno al montañismo. De cada expedición a picos o cuevas en tierras lejanas, traía consigo plantas, piedras y especies de fauna desconocidas para la ciencia para enriquecer los fondos del Museo Nacional de Historia Natural de Sofía, donde trabajaba como zoólogo investigador.
Boyán Petrov es el primer escalador insulino–dependiente en el mundo en conquistar diez ochomiles. Además, Siempre escalaba las cumbres sin tanques de oxígeno y la ayuda de sherpas, porque estaba convencido de que el deporte consistía en esto.
En 2012, Boyán Petrov contaba lo siguiente sobre sus primeros pasos en el montañismo:
Me inicié en el alpinismo en 1990, cuando una visita a la antigua Unión Soviética me llevó a Tian shan. Era alumno de décimo grado y ya era espeleólogo. Después de este viaje, cuando escalé dos picos de tres o cuatro mil metros de altura, sentí tal atracción por las montañas que me movía a encaramarme a alturas cada vez más elevadas. A mi regreso a Bulgaria me apunté a un curso de alpinismo y me di cuenta de que esa sería mi vida. El alpinismo, la habilidad en escalar y sobrevivir me ayudaron a perfeccionarme en la zoología sobre terreno, porque mi profesión es esta. De modo que el alpinismo es una especie de apéndice a mi trabajo.
Mucha gente cree que el montañismo y la diabetes no son compatibles. Sin embargo, Boyán rebatió esta idea.
En el año 2000 contraje diabetes. Al comienzo, todos los médicos me decían: “Deberás olvidarte del alpinismo, de las cuevas y sólo ocuparte del tratamiento de tu dolencia”. Al principio me sentía un poco preocupado, pero un mes más tarde me fui a una pequeña expedición espeleológica en Rumania. Ahí comprobé que lo pasaba duro con la diabetes, ya que cinco veces al día tenía que inyectarme insulina y medir la glucosa en la sangre, pero noté, al mismo tiempo, que las cosas eran posibles. Tres meses después yo ya había escalado el pico de Ararat en Turquía, de 5136 metros. Me fui envalentonando y en 2001 me incorporé a una expedición que iba a escalar el ochomil Broad Pick, en la cordillera del Karakórum. Logré supeditar la enfermedad a mis ocupaciones, en vez de que mi dolencia me sometiera a mí.
Boyán también habló de la escalada que dejó una huella indeleble en su mente:
En 2009, en el marco de ocho días logré escalar dos ochomiles: los Gasherbrum 1 y 2. Regresando del primero, me detuve a mitad del camino y decidí subir al otro en solitario. A unos 40 metros del pico fui frenado por las condiciones meteorológicas, que hacían la escalada demasiado peligrosa para un hombre solo. De vuelta de esta expedición me caí en una grieta glaciar. Fue una caída libre de ocho metros, la cosa más espantosa que me había ocurrido en mis andanzas por las montañas. Afortunadamente, había por ahí unos españoles que me descubrieron. Tenía algunas magulladuras, pero todo aquello ya pasó. Sólo persiste el trauma psicológico de que uno puede irse así de fácil, sin que nadie supiera dónde está su paradero.
Boyán Petrov decía que para ser alpinista hay que ser inteligente, preparado, combinativo y de extraordinaria resistencia física.
Los ochomiles son para mí el Cosmos –confesaba–. Se puede ver lo redondo de la Tierra, la curvatura del horizonte. Desde cada cumbre que escalo mi mirada divisa la siguiente. Al llegar a tamaña altura uno ve en su derredor el mundo entero y llega a sentir que está por encima de todo.
Versión en español de Daniela Radíchkova
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