Cobijo, refugio y primer “hogar”: es lo que fueron las grutas para los primeros hombres de las cavernas que habitaron hace miles de años el actual territorio de Bulgaria. Incluso hoy en día, las formaciones rocosas son de particular importancia para la ciencia y el progreso de la humanidad. En ellas se pueden descubrir nuevos yacimientos de agua, se rastrean las fuentes, se realizan estudios geológicos y se buscan formas de vida antiguas y desconocidas.
El 18 de marzo, la Federación Búlgara de Espeleología celebra 91 años desde que en 1929 fue fundada la primera sociedad espeleológica. Con esta ocasión hablamos sobre la labor difícil pero fascinante de las personas que se dedican a esta actividad con Dimítar Paúnov, un espeleólogo de larga trayectoria y exmiembro de un club de espeleólogía de la capital búlgara, Sofía.
“Los espeleólogos tenemos la gran oportunidad de ser los primeros en entrar en una caverna desconocida anteriormente y ser la primera presencia humana en ella. A mí me sucedió experimentar el sentimiento de ser pionero cuando entré en la gruta Charco de Sangre (Karvavata lokva), en la región de Kótel (este de Bulgaria), donde estábamos de expedición. Alguien había entrado antes que nosotros y había descubierto una extensión de la cueva, desconocida hasta la fecha. Es una cueva escarpada, pero a unos 7 u 8 metros del fondo hay una abertura en la roca. Para entrar en esa abertura, es necesario columpiarse, luego aflojar la cuerda y después sumergirse en el agujero. El sentimiento es como si hubieras escalado una cumbre. La emoción de entrar donde pie humano no ha pisado no se puede comparar con nada”.
Los espeleólogos se determinan a sí mismos como un tipo especial de personas ya que están dispuestos a dejar a su hogar acogedor y su familia para ir en busca de la belleza allí donde reina la eterna oscuridad. Su pasión por la majestuosidad de las cavernas austeras e inaccesibles no conoce límites.
“En la cueva el tiempo pasa muy rápido porque no llevamos relojes ni tenemos conexión móvil con el mundo exterior –prosigue Dimítar Paúnov–. Estando adentro uno no siente el correr del tiempo afuera porque está fascinado y embelesado por cada una de las formaciones rocosas con que se topa. Allí la imaginación vuela, maravillándose de la vista que se abre en las galerías, porque en ellas hay tantas cosas impresionantes. Y si también se es fotógrafo, la emoción es aún mayor. Entre los espeleólogos hay muchos fotógrafos aficionados que llevan consigo su equipo fotógrafico, trípodes y flashes. Las fotografías que hacen son verdaderas obras de arte. Sin embargo, al entrar en la caverna, es obligatorio señalar un plazo límite de salida. Porque ha habido accidentes. Hace años, algunos miembros de nuestro club habían entrado en la cueva Dújlata cerca de Pernik. La crecida del agua les había cortado la salida y fue necesaria una operación de rescate. Lo más peligroso que puede suceder en la cueva es que se obstruyan los pasajes por los que se ha entrado. A veces, las galerías de la cueva están taponadas de lodo, barro y piedras, es por eso que solemos llevar instrumentos para abrirnos camino cuando sea necesario. Es un trabajo duro, por lo que son pocos los voluntarios de cavar en las cuevas para poder seguir adelante y descubrir nuevas galerías”.
Versión en español de Daniela Radíchkova
Fotos: speleo-bg.org y BGNES
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