En una época en la que los destinos de los pueblos se decidían por hombres que se hacían con el poder utilizando fuerza, una búlgara subió a la tribuna internacional para plantear temas cuya importancia sigue vigente en la actualidad y que atañen los derechos de las mujeres y los niños. En 1930, Konstantsa, la esposa del entonces primer ministro de Bulgaria, Andrey Lapchev, se enfrentó a Liga de las Naciones, reclamando una convención contra el tráfico de mujeres y medidas punitivas para los padres que maltratan a sus hijos.
Konstantsa Lápcheva nació en 1887 en Sofía y consagró su vida a la beneficencia. Durante las Guerras Balcánicas (1912−1213) se desempeñó como enfermera voluntaria, ayudando a soldados y refugiados, y en tiempos de paz se convirtió en protectora de los niños búlgaros. Por su actividad filantrópica fue condecorada con la Gran Cruz de la Cruz Roja de Bulgaria y con el Orden femenina del Mérito Civil del zar Boris III.
“Konstantsa Lápcheva vivió en una época de grandes limitaciones sociales, públicas y políticas −dice Elitsa Pávlovich, autora del proyecto Las mujeres próceres− . Tuvo la suerte de criarse en el seno de una familia acomodada de la ciudad de Tryavna, que la envió a estudiar en Suiza. Gracias a su excelente educación, dominaba varios idiomas europeos. A los 24 años de edad se casó con Andrey Lapchev, quien era mucho mayor que ella. A pesar de que a primera vista en su matrimonio eran iguales, Konstantsa lo superaba en educación y abolengo. No eran felices juntos y se puede decir que ella llevaba una vida relativamente difícil, de la que trató de hacer lo mejor, al menos para los demás. Así es como se consagró a los niños. No tenía hijos propios, pero se convirtió en la madre de todos los niños de Bulgaria”.
La benefactora logró asegurar a los niños protección legislativa, y gracias a sus esfuerzos la maternidad fue reconocida como una función de gran relevancia social. A pesar de que se entregó por completo a su misión social, se mostró igualmente ambiciosa con respecto a su esposo.
Educada en espíritu europeos y con modales que la ayudaron a comunicarse en pie de igualdad con personas del más alto rango, Konstantsa Lápcheva refinó los modales del primer ministro de Bulgaria y mejoró su apariencia. Es más, se permitía no solo a guiar a su esposo en los asuntos estatales, sino también lo criticaba en público.
“El hecho de estar casada con un hombre que fue primer ministro del país en tres ocasiones revistió gran importancia para que apareciera en el escenario público más alto −comenta Elitsa Pávlovich− . Esto le allanó el camino a la Liga de las Naciones, y el dominio de varias lenguas le permitió establecer muchos contactos. Desde luego, no empezó su actividad a nivel internacional, sino en Bulgaria. Fundó una serie de hogares y orfanatos y se dedicó a la actividad social y política. Tenía la necesidad, como también la fortaleza para hacerlo; hablamos de décadas que invirtió en esta actividad. Konstantsa Lápcheva comenzó como cofundadora y luego presidenta de la Unión de Protección de la Infancia, que a finales de su vida contaba con 150.000 miembros unidos en 3.000 organizaciones. Logró hacer todo esto dentro de una vida humana. Era una mujer con misión, algo que el destino no depara a todos”.
Al igual que su esposo, Konstantsa Lápcheva legó todas sus propiedades al Estado. Abandonó este mundo en 1942 para ser olvidada, como tantos otros búlgaros de corazón misericordioso y mente activa. También este año, una vez más, nadie la mencionó el 1 de junio, Día del Niño, aunque fue ella quien promovió su conmemoración en Bulgaria en 1927.
Versión en español de Hristina Táseva
Foto: Dimitar Karastoyanov
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