Hace años, en las excavaciones de un conjunto de templos eneolíticos en Dolnoslav, al pie de la montaña Ródope, Tsvetana Vídeva se topó con unas vasijas de cerámica de hace seis milenios. Los objetos que tenía en sus manos no solo eran hermosos, sino que además irradiaban energía y con sus lisas superficies incitaban a acariciarlos. Y cuando encontró un guijarro con el que dar brillo a las obras de barro, la restauradora de cerámica se dio cuenta de que se le abría un camino nuevo.
Tsvetana Vídeva se dedicó al material plástico y empezó a crear objetos originales. Salen de sus manos pequeñas de cerámica, vasijas, medallones, siempre trabajados a la manera de los ancestros del Eneolítico, cuando el torno de alfarero todavía no existía.
“Poco a poco fui descubriendo esta técnica por mi cuenta, aporté mis propias ideas, también colores, inventé un instrumento de grabado –cuenta la artista, que asimiló los conceptos básicos de este oficio en una escuela técnica de cerámica decorativa– . Durante un año viví en la aldea de Terzíysko, donde la alfarería está bien desarrollada, y usé esa base para aprender a elaborar la arcilla. Así empecé; soy monumentalista de corazón y hacía recipientes muy grandes, pero como me hago mayor, ahora me dedico a las alhajas. Me divierto, es lo que siempre he pretendido”.
Casada con el reconocido guitarrista de jazz Ogñán Vídev, Tsevetana se mueve en los círculos bohemios de Plovdiv, instalando su taller en la Casa Bakalov en el Casco Antiguo de la ciudad. Por el ambiente exquisito y aristocrático de su casa poblada de muebles antiguos, su esposo la llamó La Condesa, un apodo que la sigue hasta hoy en día.
La ceramista afirma que le gusta ser diferente, por esto experimenta con formas y composiciones. “Incluso, para algunos trabajos me dicen “Esto es Picasso”,a lo que contesto“Esto soy yo”, dice la artista.
Al igual que el hombre del Eneolítico, Tsvetana Vídeva entrelaza en sus exquisitos recipientes de cerámica flores y pájaros, rostros humanos y cuerpos femeninos desnudos, hasta imita el movimiento del agua. Ha titulado su obra favorita Las tres búlgaras, con caras de una matrona de Plovdiv, una muchacha de la montaña Ródope y otra de la llanura de Tracia.
“La profesionalidad reside en mostrar las posibilidades de un material –comenta La Condesa– . Mi material es la arcilla. En algunas ocasiones ahúmo los objetos, en otras los saco con unas pinzas del horno y aún calientes los espolvoreo con harina de maíz, que se enciende y se obtienen efectos muy bonitos. También pongo plumas de gallina, que se derriten y quedan impresas en la superficie del medallón”.
Acaso el período más fascinante de la obra de Tsvetana es el relacionado con el amor. En sus creaciones en cerámica se ven el beso, el leve roce, el abrazo y sobre todo aquellos dos rostros de un hombre y una mujer, entrelazados en una forma esférica, invariablemente unidos con la guitarra, el instrumento musical de su pareja.
“Amor es el sentimiento que me invade mientras estoy trabajando –confiesa Tsvetana– . Hay que aspirar a expresar algo y hacerlo de tal manera que quedar contento. Pretendo que mis trabajos me gusten, entonces también le resultan sugerentes al público”.
A la artista de la cerámica le gusta invitar a los transeúntes desde el umbral de su estudio y, como por una máquina del tiempo, sumergirlos durante unos minutos en un mundo antiguo antes de emprender de nuevo su paseo por la escarpada callejuela empedrada del Casco Antiguo de Plovdiv.
Versión en español de María Páchkova
Fotos: Vladimir Vladimirov y Tsvetana Videva - archivo personal
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