Iván−Alexándar y Estefania fingen dejarse llevar por la corriente para ver dónde los llevará, pero en realidad esto surte una serie de milagros en una aldea fronteriza en la montaña de Strandzha (sureste de Bulgaria). Y aunque la epidemia de coronavirus obliga a la mayoría de la gente a encerrarse en casa, con los vecinos de Voden parece hacer lo contrario: con el corazón rejuvenecido, las personas mayores están renovando su aldea, mientras los niños estudian y desarrollan sus dotes artísticas, ávidos de conocimiento.
Cuando la Covid−19 privó de trabajo al joven fotógrafo y a su novia bailarina, los dos contrajeron matrimonio y al día siguiente abandonaron la capital Sofía para probar suerte en el campo. Se fueron a la aldea de Voden, a pocos kilómetros de la frontera con Turquía, donde Iván−Alexándar pasaba sus veranos despreocupados en la infancia.
“En esta aldea pasé mis meses más felices del año −dice Iván−Alexándar− . Hay muchos lugares que vale la pena visitar. Por ejemplo, hay excavaciones arqueológicas con los restos de un monasterio, en cuyo centro se encuentra una iglesia, y debajo de ella, una cueva. También se pueden ver búnkeres, por ser esta una zona fronteriza, y en los bosques uno puede topar con todo tipo de animales. Una verdadera magia envuelve la aldea.
Nuestra casa está hecha de piedras y ladrillos cocidos. Al mirarla, veo toda su historia y las personas que la construyeron pensando en las generaciones venideras. Solo aquí puedo imaginarme cómo mis antepasados iban al bosque, talaban las vigas con el hacha e hicieron algo especialmente para mí”.
Al llegar de luna de miel a la aldea, la pareja pensaba que disfrutaría de una soledad idílica. Sin embargo, resultó que la vida tenía otros planes para ellos. Después de elaborar un nuevo tablero para obituarios para sustituir al antiguo que estaba deteriorado, Iván−Alexándar desencadenó una oleada de acontecimientos. Un día, mientras tomaba fotos en la iglesia, todos los habitantes de la aldea se reunieron en el patio y con esfuerzos mancomunados lograron liberar el templo del abrazo asfixiante de la hiedra que se había apoderado de su fachada. En la actualidad, el templo ya abre sus puertas no solo para Pascua de Resurrección, y en la caja de donativos que elaboró el joven se recauda dinero destinado a obras de reconstrucción del templo.
La joven pareja consiguió crear un espacio nuevo para los numerosos niños de la aldea, liberando de la basura las polvorientas salas de la casa de cultura. Allí los niños pasan los días dibujando, los más avanzados en lectura con un libro en la mano dan ejemplo a los más pequeños, y los apasionados por la danza reciben sus primeras lecciones de ballet.
“Todo comenzó cuando vi a los niños bailando en el parque −recuerda Estefanía− . Dos de las chicas me contaron que soñaban con ser bailarinas y que ven vídeos para aprender piruetas y jetear. Me sorprendieron muchísimo sus amplios conocimientos sobre el ballet. Entonces les dije que mi hermana es bailarina y que vendría a la aldea para darles clases de ballet”.
Estefanía también logró organizar una residencia de danza en la aldea, para la que trajo a los artistas de su compañía Atom Teatro, junto con un compositor de Alemania. Crearon dos proyectos dancísticos, cuyo estreno tuvo lugar primero en la aldea de Voden y después en Sofía y Varna.
“No tenemos diseñado un plan concreto para hacer algo en la casa de cultura o en la aldea −explica Iván−Alexándar− . Al contrario, pasamos el tiempo dando vueltas por ahí, observamos, hablamos con la gente de la aldea y así, de una manera natural, surgen diferentes iniciativas que redundan en algo positivo. Si hacemos planes, es posible que no sucedan”.
Iván−Alexándar y Estefanía confían que su vida está estrechamente ligada a la aldea. E incluso cuando la pandemia sea superada, la pareja ha decidido quedarse, porque todavía tienen mucho trabajo por hacer y seguirán trabajando con los niños, que son el futuro de Voden. Como suele decir Estefanía: “Voden se irá convirtiendo cada vez más en un lugar interesante y curioso y nuestro futuro está aquí”.
Versión en español de Hristina Táseva
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