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Una búlgara enseña a menores en Francia a amar la naturaleza y cuidarla

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Foto: archivo pesonal

Una ciudad soleada en el corazón de Francia, catedrales con torres puntiagudas y pequeñas casas familiares con patios bien ordenados; así es Clermont−Ferrand, la urbe que cautivó el corazón de una búlgara que durante más de una década residió ahí desempeñándose como profesora de escuela.

Diana Gueorguíeva−Faye es de Sofía y, como estudiante de la Facultad de Biología de la Universidad de Sofía, decidió continuar su formación en Francia. Ahí se graduó por la Universidad de Dijon en la especialidad de Biología de Poblaciones y Ecosistemas, después de lo cual se especializó en Ecología en París. 

Trabajó en su tesina en el Museo de Ciencias Naturales de la capital, donde se centró en la manera en que la sociedad percibe y utiliza los recursos ambientales. La búlgara era consciente de que implementar cualquier nueva tecnología como fuente de energía depende en mayor medida de los políticos, no de los biólogos. Por eso decidió mantenerse fiel a la ciencia de la naturaleza y eligió la profesión de maestra. En Francia la retuvo no solo la educación, sino también la familia que formó cuando aún estaba en la universidad.

“Aquí, como en Bulgaria, en las pequeñas poblaciones escasean las personas capacitadas para trabajar como maestros, de modo que fue fácil encontrar un trabajo. Vieron en mí una persona que será útil, que se integraría con facilidad, que soportaría la presión de los alumnos y no demasiado exigente −comenta Diana− .

Eso es precisamente lo que me atrae: ayudar a los niños a observar y explorar el mundo, a admirar la naturaleza, pero sobre todo pensar en ella y protegerla. Son cosas sencillas pero muy importantes. La profesión de maestra me retrotrae a mi infancia, a mis raíces, a lo aprendido en Bulgaria”.

A diferencia de la mayoría de las personas que prefieren las comodidades que una ciudad en el extranjero tiene para ofrecer, Diana Gueorguíeva−Faye optó por cambiar la ciudad por el campo. La familia alquiló una finca a unos 20 kilómetros de la pequeña ciudad de Puy en Velay y la maestra viaja todos los días para enseñar en las escuelas cercanas. Afirma que ni por un momento se ha arrepentido de esta decisión aventurera, ya que considera que en el campo la familia se siente mejor sin tecnología moderna e incluso sin conexión a Internet.

“Hace cinco años conseguí que mi familia se mudara al campo, mi esposo incluso dejó el trabajo estable que tenía en la ciudad−dice Diana− . Nuestra casa dispone de un establo grande y un corral, y en el huerto cultivo tomates y pimientos búlgaros. Respeto todas las tradiciones familiares búlgaras, y el 1 de marzo regalo mártenitsas a mi hijo  y a todos mis amigos. En Pascua de Resurrección reúno a los niños y juntos teñimos los huevos. Procuro regresar a Bulgaria cada año y mostrarle a mi hijo distintos lugares del país. Hemos recorrido la zona de la montaña Ródope, hemos paseado por la ribera del Danubio. Creo que lo que más le gusta es la sensación de libertad en Bulgaria. En Francia todo es propiedad privada y está cercado con barreras, mientras que en Bulgaria todavía no es así”.

Versión en español de Hristina Táseva

Fotos: archivo personal



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