En el calendario eclesiástico ortodoxo los días la Octava de Pascua, es decir la semana desde el lunes hasta el domingo después de la Pascua de Resurrección, son calificados de Días de Luz, en los que se glorifican la Virgen María y los santos apóstoles, así como la Resurrección de Cristo.
En la tradición ortodoxa de los búlgaros la Octava de Pascua es conocida también como la Nueva Semana ya que marca el inicio de un ciclo de semanas asociadas a la Resurrección de Cristo. Se la conoce también como la Semana de Tomás, porque el domingo se leen textos evangélicos referidos a la aparición de Cristo a sus discípulos, entre los cuales estaba también Tomás.
La Octava de Pascua o Semana de Tomás guarda estrecha relación con el nombre del apóstol Tomás, quien no creyó que Cristo había resucitado. Cuando se difundió el rumor de que el cuerpo del Señor había desaparecido de la tumba, Tomás fue el único que no dio crédito a este signo y quiso cerciorarse personalmente del presagio tocando las heridas que los clavos habían dejado en el cuerpo de Cristo crucificado.
Ocho días después de la Resurrección, Cristo se apareció ante Tomás, quien así pudo cerciorarse personalmente de la verdad, cayó de rodillas y rogó a Jesucristo que le perdonara.
En todos los días de la Octava de Pascua en los templos resuenan cánticos festivos dedicados a la Resurrección.
Cada día de la Octava de Pascua o Semana de Luz glorificamos a diferentes santos: el lunes, a los santos apóstoles; el martes y el miércoles, a la Santísima Virgen, el archidiácono Stefan y san Andrés; el jueves, a los santos apóstoles Juan y Santiago, el viernes al santo apóstol Pablo y el sábado, a san Juan Bautista.
Para los cristianos ortodoxos la Resurrección de Cristo es la mayor y la más adorada festividad porque trajo la luz de la Salvación y la lucidez del espíritu para todos los humanos en la tierra. La esencia de esta festividad estriba en la promesa de que los humanos podrán volver al paraíso, de donde fueron expulsados, y la Octava de Pascua o la Semana de Luz es la primeras de una serie de semanas en que la buena nueva deberá llegar a todos.
El Creador no quiere que el hombre sufra y viva en este mundo mortal de penas, sino que goce en la eternidad. Por esto casi todos los textos del Nuevo Testamento leídos en los días de misa hablan de los últimos días: el Día del Apocalipsis y los sufrimientos y desastres que sobrevendrán a todo el universo antes de la segunda venida del Redentor. Con su resurrección, Jesucristo el Salvador marcó el inicio de la eternidad y la posibilidad de que, al abandonar el cuerpo, las almas puedan ir tranquilamente al lugar que se merecen.
La Octava de Pascua está colmada, además, de festividades folklóricas de las jóvenes casaderas, entre las que descuella la celebración del Miércoles de Luz o Miércoles Festivo, llamado así porque ese día no se hace ningún trabajo sino que únicamente se festeja.
A menudo, durante la Octava de Pascua las amas de casa volvían a colorear los huevos de rojo y los repartían en memoria de sus familiares fallecidos, ya que según reza una antigua creencia, la repartición de huevos rojos preserva las almas de los muertos de la reencarnación.
En algunas zonas de Bulgaria denominan al primer lunes después de la Pascua de Resurrección Lunes de la Rotación. Según la tradición, este día las jóvenes se reunían en alguna pradera, se ponían unas frente a otras y hacían rodar entre sí huevos rojos. El rito se practicaba como prevención contra las granizadas y como augurio de fertilidad.
Entre los ritos festivos practicados durante la Octava de Pascua ocupan un lugar privilegiado los columpios, a los que se atribuía significado mágico y un fuerte efecto preventivo. El contenido de las canciones interpretadas mientras las jóvenes se columpiaban, así como las danzas alrededor del columpio estaban dedicadas a los temas del dragón, las villis, el desbloqueo del curso del agua, la fertilidad y fecundidad, y los futuros casamientos. En este día las jóvenes casaderas participaban en el rito kumíchene, es decir, se vestían por primera vez como mujeres adultas: con un nuevo traje, collar, pulseras y un ramillete de flores primaveras adornando su sien. Durante toda la semana se bailaba la danza típica joró cuya principal función era la mágica protección contra el mal. A diferencia del período de Cuaresma, cuando era permitido bailar únicamente joró en fila, en la Octava de Pascua se permitían los llamados joró cerrados, o sea bailados en círculo, que reproducían la forma del sol, símbolo de lo divino: un culto universal cuyas raíces se remontan a la Antigüedad.
En la linde entre el invierno y la primavera el mundo acoge el nuevo comienzo, celebra la resurrección de la naturaleza y alaba la juventud y la belleza.
¡Felices fiestas, amigos! ¡Cristo ha resucitado!
Recopilado por Albena Bézovska y Elena Karkalánova
Versión en español de Raina Petkova
Fotos: BGNES, archivo
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