Muchos menores búlgaros ya toman clases de su lengua materna, y de la historia y cultura búlgaras en las escuelas dominicales en el extranjero, mientras que otros comenzarán a hacerlo desde el 15 septiembre, junto con sus coetáneos en Bulgaria. Independientemente del lugar donde estén todos los alumnos asemejan el año escolar a un calidoscopio: a veces los diminutos espejos coloridos pintan una concha del mar, otras veces las hojas amarillentas causan alegría por la próxima reunión con los amigos de la clase.
Las escuelas dominicales esperan con esperanza y preocupación el nuevo año escolar. Radio Bulgaria entrevistó a cuatro directoras de escuelas dominicales para conocer cuáles son las expectativas y los esperanzas con las cuales esperan a sus alumnos.
“Los menores desean acudir a la escuela de forma presencial pero el primer gran problema que afrontamos es adoptar los estudios a distancia a causa de la pandemia, señala Tanya Jristova, directora de la escuela búlgara Paisiy de Hilandar, en la ciudad chipriota de Limasol. A los niños esto no les gusta para nada porque les falta el contacto vivo”.
En Irlanda los ánimos están en el otro polo ya que durante el duro año de la pandemia las clases fueron presenciales.
“Esperamos poder seguir de la misma manera durante el nuevo año escolar, dice Zornitsa Gogan, directora de la escuela búlgara Rayna la Princesa, de Dublin. No hay indicios de que las escuelas puedan estar cerradas y esperamos tener un año escolar magnífico. Estamos muy emocionados por el hecho de que en Tullamore será abierta una nueva escuela adscrita a nuestra asociación.
La clase búlgara existe allí desde hace 9 años pero en la ciudad se reunió una gran comunidad búlgara, se reunieron más de 20 niños y logramos registrar la escuela”.
Independientemente del lugar donde estén la escuelas todas ellas están marcadas por el factor de la inseguridad.
“Ahora en todas partes del mundo vemos incógnitas: nadie sabe qué es lo que le tocará afrontar”, dice Petya Tsaneva, directora de la escuela dominical búlgara San Juan de Rila, de Madrid.
Durante el año pasado algunas familias regresaron a Bulgaria, otras se fueron a otros países, había personas que no permitieron a sus hijos frecuentar las clases para no contagiarse”.
Guerra, pandemia, crisis económica, los menores cada día oyen palabras que los sacan del mundo feliz y despreocupado.
“La vida nos enseña a todos ya que nadie ha vivido una guerra”, señala Snezhina Mecheva, directora de la escuela búlgara Iván Stanchov en Londres. Los menores aprenden, aprendemos nosotros también. El tiempo nos impone trabajar de una manera nueva, debemos acostumbrarnos y preparar a los alumnos para los retos de la vida.
Ellos deben aprender a adaptarse, a luchar y a sobrevivir y creo que las escuelas búlgaras en el extranjero aportan a ello porque les dan estímulo, esperanza, cariño y comodidad cuando estamos junto con los niños. El tema de la guerra entra en las clases, sobre todo de las de los alumnos mayores que comentan qué es lo que está sucediendo. La escuela es su segunda familia donde los comentarios continúan y es necesario un enfoque muy adecuado para encontrar las palabras idóneas”.
A pesar de todo es bueno abordar con esperanza cada inicio nuevo: en Londres y Madrid esperan con impaciencia a los primeros párvulos, en Limasol están preparando un festival folclórico, en Dublín desean reanudar las clases de bailes folclóricos para que los niños puedan vestir los nuevos trajes tradicionales. “Lo que prima en nuestras escuelas no son las obligaciones, sino el amor”, dice Snezhina Mecheva, y agrega: “Los menores necesitan de estar en contacto con lo nacional para poder sentirse en Bulgaria”
Versión al español de Hristina Táseva
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