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¡Surva, surva! ¡Que estemos sanos hasta el próximo año y siempre!

Foto: archivo

Desde hace siglos el recibimiento del Año Nuevo es uno de los momentos más importantes en la tradición búlgara. No se trata simplemente de un cambio en el calendario, sino de una frontera que hay que cruzar efectuando una variada serie de ritos y costumbres. Éstos se inician en los primeros días de diciembre y se extienden casi hasta finales de enero en un período considerado como una transición de la oscuridad a la luz, del caos al nuevo orden.

El 31 de diciembre se produce la última cena incensada. A diferencia del Día de San Ignacio o de la Nochebuena −cuando se pone en la mesa únicamente comida sin carne− en la mesa de Año Nuevo se ponía antaño, con presencia obligada, una cabeza de cerdo en gelatina, u otro plato en gelatina, del puerco sacrificado por Navidad.

Se cree que mientras más opípara sea la mesa mayor será la abundancia en el año entrante. El pastel banitsa, con minúsculos objetos para suerte puestos en la masa, cocido en el año viejo, se corta en pedazos en las primeras horas del nuevo. Antaño las mujeres colocaban en el pastel pequeñas briznas de ramas de cornejo, una por cada uno de los miembros de la familia. Lo hacían con votos de salud, amor, desposorios, etc.

Al igual que en el resto de los momentos transitorios del calendario tradicional, ese día se suelen practicar ritos de adivinanzas. Uno de estos ritos se relaciona con las chicas jóvenes ansiosas de conocer si se casarán en el nuevo año y con quién lo harán. Así las jóvenes colocaban ramilletes a los que habían atado sus anillos en un recipiente lleno de agua “silenciosa” en el que los ramilletes permanecerían durante toda la noche. 

A la mañana siguiente las mozas se congregan, sacan una por una sus ramilletes del agua y tararean cánticos rituales breves en los que se describen diferentes oficios y profesiones. Lo curioso en este caso es que esta costumbre se ha conservado en numerosas aldeas del país y se respeta incluso hoy en día. Desde luego, este rito está siendo concebido más bien como una continuación jocosa y alegre de la celebración del Nuevo Año y como una aspiración a que se conserven nuestras ancestrales tradiciones.

Posiblemente la tradición festiva de mayor arraigo sea la de survakane, o sea, dar pequeños golpecitos en la espalda con una rama de cornejo, acompañando estos golpecitos con votos de salud y prosperidad, continúa practicándose, aunque ya no tiene un sentido ritual tan profundo.

A juicio de los historiadores, en el pasado los survakar eran jóvenes hombres casados. A lo largo de los años esta tradición ha cambiado y en los últimos cien años este rito se ejecuta por muchachos de 4-5 a 10-12 años de edad. Después de la medianoche del 31 de diciembre, vestidos de ropa nuevas, ellos comienzan a dirigir votos de salud y abundancia.

En algunas aldeas y ciudades pequeñas, donde todos se conocen, los grupos de survakar comienzan a recorrer las casas en la noche del Año Nuevo, practicando el rito entre familiares, amigos y vecinos que les regalan dinero, frutas y dulces. En dependencia de la región los votos tienen distinto contenido pero el sentido de la fiesta siempre es el mismo: traer salud y bienestar. Dando leves golpecitos en la espalda con los cornejos adornados, los survakar dicen:

Surva! ¡Alegre sea el Año Nuevo!

¡Cólmense de doradas espigas los trigales,

de grandes mazorcas los maizales,

de manzanas rojas los manzanares,

de dulces racimos las vides,

y de dinero los monederos!

Que todos gocemos de buena salud

hasta el próximo Año Nuevo y siempre, amén!”

Otro voto que suena muy actual es el siguiente:

¡Surva, surva! ¡Que el año sea feliz!

¡Que todos seamos fuertes y sanos!

¡Que sea así hasta el próximo año y hasta siempre!

 Les ofrecemos la canción Surva, que el Nuevo Año sea feliz, en la voz de Andon Petrov:

Versión al español de Hristina Táseva

Fotos: archivo, knigovishte.bg, hitrinibg.com



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