La vida es una serie de casualidades que a veces la convierten en un cuento de hadas. Una cita durante una velada búlgara en una discoteca en EEUU cambió la vida de nuestro compatriota Mariyan Ivanov y hoy está felizmente casado con Anya, que nació en Mongolia. En 2006 ella abandonó su patria y se trasladó a los EEUU, donde cinco años después conoció a su futuro esposo.
Dos meses después los dos ya vivían juntos. Seis meses después anunciaron los esponsales, poco después ella supo que estaba embarazada con el primero de sus tres hijos y se casaron. Antes de conocer a su esposa Mariyan trabajaba como salvavidas en piscinas, después comenzó a trabajar como chofer de taxi y luego de camión. Con un amigo suyo abrieron una pequeña empresa de transporte. Cuando conoció a su mujer decidieron vender la empresa de transporte y trasladarse a Chicago y poco después a Florida, donde compraron un restaurante italiano que ya estaba funcionando.
“Todos quedaron asombrados cómo lo habíamos comprado. Nos preguntaban si podíamos preparar pasta y pizza, pero lo habíamos comprado con el personal y no cambiamos nada. Trabajamos en el restaurante tres años, lo vendimos, compré un camión y trabajé como chofer cierto tiempo, recuerda Mariyan. Poco después comenzamos a invertir en bienes inmuebles. Teníamos algunos edificios que alquilábamos. En estos momentos los estamos vendiendo e invertimos en bienes raíces en Bulgaria”.
A su juicio Bulgaria ha cambiado mucho en los últimos 20 años, en una dirección positiva:
“No sé cuándo y cómo comenzó el cambio, pero esto sucedió en torno al año 2000 y lo que vemos ahora es muy distinto de lo que era antes. Cambia tanto la infraestructura, como la mentalidad de las personas. Me llamó la atención que en Bulgaria puedo pagar en todas partes con una tarjeta, mientras que el EEUU esto no es posible. Muchas personas ya hablan el inglés y esto no era así hace 20 años. Vivo en Plovdiv y puedo decir que casi no hay baches por las calles, mientras que hace 20 años estaban por todas partes”.
El inevitable choque de la familia con las instituciones también trascurrió de una manera sorprendentemente tranquila:
“Cuando llegamos teníamos que renovar mis documentos personales y sacar documentos de nuestros hijos. Conté a mis amigos y en las redes sociales que no me llevó mucho tiempo y todos quedaron sorprendidos. Con gran facilidad matriculé a mis hijos en la escuela y pagué las cotizaciones a salud. No digo que todo haya sido perfecto, pero yo esperaba que sería muy difícil”, dice Mariyan.
Reconoce que a sus hijos les resulta difícil adaptarse ya que todavía no tienen amigos porque no dominan bien el búlgaro. Gracias a su abuela que vivió con ellos en EEUU durante algunos meses, los niños conocen algunas principales palabras pero están lejos de hablar el idioma cotidiano búlgaro. Su esposa Anya se ha acostumbrado rápidamente con las costumbres búlgaras. En su tiempo libre comenzó a rodar breves videos en los cuales describe la vida cotidiana de la familia. Uno de los temas de los videos son las relaciones con su suegra, de la cual es sumamente contenta:
“Cada suegra es diferente y por esto las expectativas que tiene hacia la esposa de su hijo son distintas. Lo que sé de Mongolia es que cuando la suegra llega a casa la nuera debe ocuparse de todos los quehaceres domésticos: limpiar la casa. preparar la comida, arreglarlo todo, mientras que con mi suegra las cosas eran muy diferentes. Cuando regresamos del hospital después del parto ella había limpiado la casa, había preparado la comida y no dejaba de interesarse si podía ayudarnos con algo. Mis padres también tratan de ayudarnos, pero todavía trabajan y no les queda mucho tiempo libre”.
Anya reconoce que la familia consume alcohol muy raras veces, pero le gusta el vino tinto casero. Sus platos favoritos búlgaros son la ensalada mixta, las chuletas, el guvech, la musaka y la ensalada shopska.
Fotos: Archivo personal de Mariyan y Ania Ivanov
Versión al español de Hristina Táseva
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