“No hay nada mejor que uno siga el camino que le indica el corazón”. Son palabras de la doctora Stefka Borisova, la primera búlgara al frente de un equipo de cirujanos en misión militar internacional. Es la explicación de su opción por una profesión tan dura como es la cirugía abdominal.
La mayor parte de la vida de la doctora Borisova transcurrió en el Centro de Asistencia Médica Urgente de la Academia de Medicina Militar. Integra también la Unidad Médica de Respueta Rápida en tiempos de guerra. Está convencida que existen profesiones netamente masculinas pero reconoce que, con frecuencia, la primera reacción de los pacientes a su presencia es la de desconfianza.
“En nuestra clínica hay un joven que trabaja como enfermero. En algunas ocasiones, al hacer la habitual visita matutina a los enfermos, algún paciente me ha dicho: “Enfermera, llame por favor al doctorcito joven”. La gente cree que las profesiones difíciles son masculinas”, refiere con una sonrisa la doctora Borisova. Cabe explicar que la enfermería es una profesión muy feminizada en Bulgaria y que en todo el país suman una cincuentena los enfermeros varones; a la vez la cirugía es una profesión muy masculinizada y son pocas las médicas en la cirugía.
Según la doctora Borisova, la mitad más delicada de la humanidad, como suelen llamar a las mujeres, es capaz de afrontar cualquier reto pero necesita apoyo en la crianza de los hijos. “Una mujer no debe renunciar a lo más entrañable, la maternidad”, dice categórica.
Y en cuanto a su decisión de dedicarse a la cirugía comenta: “Era mi sueño desde niña. Mi madre se dedicaba al comercio. De pequeña yo no jugaba con muñecas. Prefería hacer vendajes a mis compañeros. Luego, por iniciativa mía, en cuarto de primaria creamos un círculo de interés llamado “Amigos de la medicina”y recorríamos los hospitales. Presenciábamos transfusiones de sangre. Por invitación nuestra visitó la escuela el catedrático Paskov, creador del medicamento contra la poliomelitis llamado Nivalina, extraído de la planta Leucojum. Siempre perseguí mi sueño. Al terminar la secundaria me presenté a los exámenes de ingreso en la Universidad de Medicina pero fracasé en el primer intento. Trabajé un año como vendedora en un comercio y seguí preparándome para los exámenes de ingreso. Creo que cada uno debería perseguir su gran sueño en la vida y atender lo que le manda el corazón”.
Estando aún en segundo año de la Universidad, la doctora Borisova comenzó a hacer turnos nocturnos en el Hospital de Asistencia Médica Urgente “Pirogov”, de Sofía. “Allí adquirí la sensibilidad y habilidad necesarias para diagnosticar patologías abdominales”, explica. Pero esto fue algo más tarde. Primero le encomendaron hacer los escritos y documentos médicos, y poner inyecciones a los pacientes. En tercer año le permitieron hacer su primera operación de apendicitis, asistida por un reputado cirujano.
De lo que le costó llegar a ser un buen cirujano dice: “Estando todavía en la Universidad me casé, tuve un hijo, se me acumularon exámenes y fue una etapa muy difícil. Seis meses después de graduarme entré a trabajar como profesora auxiliar en la Cátedra de Cirugía de la Universidad de Medicina de Pleven. Mi hijo, vestido de verde, el color de las batas de los cirujanos, permanecía sentado en una silla en el quirófano. Tenía poco más de dos años. Siempre he defendido mi derecho de ejercer la cirugía, pero cada cosa tiene su precio”.
En 1997, durante la mayor crisis que sufrió Bulgaria y en que la devaluación de la moneda nacional redujo los sueldos a 10 dólares mensuales, la doctora Borisova adquirió su segunda especialidad: la de cirugía militar. Dos años más tarde tuvo su primera participación en una misión internacional.
“Fue una misión humanitaria en Macedonia, en 1999, durante la cual Bulgaria creó una base para albaneses étnicos, recuerda la doctora. Les prestábamos asistencia médica, les dábamos de comer, lo hacíamos todo por ellos. Ya que no teníamos un hospital propio, hacía el examen médico de todos los enfermos necesitados de intervención quirúrgica, les ponía el diagnóstico y los transportábamos a un hospital para refugiados a 50 kilómetros de nuestra base. Inicialmente pensé que no se dejarían examinar por mí porque era mujer pero en la cola se ponían muchos hombres. La guerra es algo terrible. Yo, sin embargo, no le tengo miedo. Dios ama a los valientes. El miedo, al apoderarse de uno, lo paraliza”.
Además de en Macedonia, la doctora Borisova ha participado en cuatro misiones en Afganistán. Ha trabajado en Kabul y también ha integrado el equipo del hospital de campaña español en Herat. “Era un punto muy álgido; traían a heridos y enfermos de todo Afganistán”, recuerda la valiente doctora.
Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Archivo personal
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