El 10 de febrero la Iglesia Ortodoxa Búlgara homenajea a San Caralampio de Magnesia, mártir por la fe cristiana, que vivió en el siglo II, en Asia Menor. A causa de su don de curar, san Caralampio es considerado protector de la miel y de las abejas. Por esto hasta hoy en día existe la tradición de llevar miel al templo el día de san Caralampio donde se oficia una misa especial para bendecirla. La miel bendecida, se lleva a casa y se usa como un remedio durante todo el año.
Un número cada vez mayor de personas se dan cuenta de las ventajas de la crianza de abejas y de su preservación para que sea conservado el equilibrio en la naturaleza.
Sin embargo, la industrialización de la agricultura ha aniquilado una gran parte de las praderas donde crecen flores y hierbas curativas, por lo cual es cada vez más frecuente la crianza de abejas en proximidad a las grandes ciudades. “La naturaleza está llena de néctar, las abejas utilizan apenas un 5% de éste, todo lo demás se evapora a causa del calor del sol y se lava por la lluvia. Lo importante es que haya abejas sanas y aptas que acopien el néctar”, dice el apicultor de larga experiencia Gueorgui Gueorguiev que cría abejas en las afueras de Sofía.
“El néctar de las flores no se puede ver a simple vista, es difícil medirlo, y el apicultor debe confiar en su intuición para saber cuándo colocar los marcos para los panales en las colmenas. Por esto la apicultura es una ciencia muy específica, requiere conocimientos profundos y observaciones, y no es una labor que pueda hacer cualquiera. Me familiaricé con la apicultura siendo aún estudiante, uno de mis profesores me llevó a la asociación de apicultores en mi ciudad natal Novi Pazar. Me ocupo activamente de colmenas desde el año 1988 y gracias a esta labor conocí muchas verdades de gran importancia para la naturaleza y para la vida.
Me di cuenta de que podemos aprender mucho de las abejas, de su laboriosidad y organización perfecta en las familias, donde siempre hay alguna abeja que pueda salir para acopiar miel si algo sucede con las obreras. Las abejas son una emanación suprema de la naturaleza y a juicio de los investigadores aparecieron entre 50 a 150 millones de años antes del hombre.
La gente cree que ahora las abejas duermen, pero no es así, en estos momentos están cuidando las nuevas generaciones de abejas que deberán haber crecido para el 22 de marzo, cuando las plantas comenzarán a florecer. Guiadas por la energía solar, las abejas ayudan en la polinización de las plantas que después sirven de alimentos para humanos y animales.
En palabras del apicultor, la actividad humana es irracional: a consecuencia del uso de preparados que protegen las plantas cada año mueren un 40-50% de las abejas y las que quedan son débiles y no pueden recolectar miel. “A pesar de esto la naturaleza ha encontrado una manera para restablecer la población de las abejas y gracias a esto los apicultores seguimos adquiriendo miel”, cuenta Gueorgui Gueorguiev.
“Existen muchas dificultades y no podemos criar familias de abejas sanas, no podemos contar con la apicultura como un negocio que sea nuestro sustento”.
Sin la energía solar que las abejas nos dan a través de la miel los humanos no podremos desarrollarnos. Por esto el consumo de la miel no debe ser excesivo. Debemos considerarla miel como un remedio y consumirla si tenemos la necesidad de esto.
Otro detalle importante es que cuando uno pone la miel en la boca no debe tragarla de inmediato, sino imaginarse cómo florecen los árboles, cómo todo está bañado por la luz, cómo las plantas segregan el néctar y las abejas lo acopian. Si uno logra recapacitar el vínculo entre el sol, el néctar, la abeja y la miel mejorará considerablemente su estado de salud”, dice categórico el apicultor Gueorgui Gueorguiev.
Versión al español de Hristina Táseva
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