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El traje típico búlgaro, una expresión del espíritu nacional

Снимка: Archivo
El gran estudioso de la idiosincrasia búlgara, Ivan Hadzhiiski (años 1907 a 1944) decía que el búlgaro no gusta mucho de hablar y por ello apuesta por el lenguaje plástico que visualmente es mucho más accesible e impactante. Antaño, cuando los búlgaros se relacionaban en los mercadillos, las ferias y los diferentes festejos, el traje que vestía el hombre o la mujer daba una idea de su posición en la sociedad y de su estado civil. Las niñas y los muchachos solían vestir de idéntica forma sin identificación del género, hasta llegar a la adolescencia. Diferentes elementos del traje de la muchacha o de la mujer permitían saber si había entrado en la pubertad, si tenía novio o bien ya se había casado. La faja que la mujer llevaba a la cintura estaba adornada con borlas. La joven soltera llevaba esas borlas en el lado izquierdo de la cintura, y la mujer casada, en el lado derecho. Si la joven tenía prometido, cambiaba el lugar del ramillete que adornaba su sien. Tenerla en la sien derecha significaba “ya tengo compromiso”, y si otro mozo aspiraba a su benevolencia, se enteraba de esta forma que no tenía ninguna probabilidad de éxito. El traje típico búlgaro es prolijamente ornamentado y muy pintoresco. Ello es fruto de la posición de Bulgaria en una encrucijada entre Oriente y Occidente en que se dieron encuentro las culturas y tradiciones de los tracios, los protrobúlgaros y los eslavos. Cruzaban estas tierras también los cumanos, los avaros, los tártaros… Vivieron en ellas casi dos siglos los romanos. Han pasado por estos lares también los cruzados. Todas estas presencias culturales se han reflejado en la riqueza del trajo típico búlgaro, señala la etnógrafa Ganka Mijailova. Un elemento interesante del atuendo tradicional son los bordados.


© Foto: Miglena Ivanova

“El bordado es siempre rítmico. Está situado en los bordes de las mangas, la falda, o el cuello de la prenda. Tiene forma circular y simboliza la evolución cíclica de la vida y los ciclos por los que debe pasar la vida humana sin omisiones ni desvíos, dice la etnógrafa. Omitir una fase significaba abandonar el ciclo. Por ejemplo tal omisión podía ser no casarse, enfermar o enviudar tempranamente. En los ornamentos bordados jamás se pude ver la figura de una oveja o una gallina. Lo que sí se puede ver son figuras estilizadas de gallos como símbolo de la potencia masculina. Se pueden ver asimismo pequeñas serpientes ordenadas sucesivamente, que simbolizan el mundo demoníaco portador de la fecundidad. Por eso se pueden apreciar bordados en los trajes femeninos y en las camias de los varones. En los bordados típicos búlgaros tiene una marcada presencia la figura del pavo real: un ave que suele tener mucha prole y que, cada vez que engendra pequeños, cambia de plumaje. Por eso desde el fin de la pubertad y hasta terminar su vida genéticamente fértil, la mujer solía adornarse con plumas de pavo real. Éstas, sin embargo, no debían estar pegadas a la vestimenta sino que debían sobresalir de ésta y temblar libremente porque tenerlas en posición vertical era augurio de muerte ya que aludía a el pavo real no estaba vivo y no podía seguir reproduciéndose. En cuanto las figuras humanas en los bordados, éstas se encuentran ordenadas acorde a la estructura familiar: primero la masculina, luego la figura femenina y después una cadena de pequeños rombos que simbolizan a los hijos. Esta sucesión de elementos se repite sin fin, como los ciclos de la vida, y hace alusión a que el árbol genealógico y la familia son infinitos. Lo más curioso es que en las pastas y en los títulos de los manuscritos de libros eclesiásticos eslavos antiguos vemos estas mismas figuras del gallo, el pavo real, el dragón y un entrelazado de rombos”.


En el pasado existía una “reglamentación” de los bordados,. No se podía reproducir fortuitamente ninguno de ellos simplemente porque era belloo. En cada aldea existían trozos de tela en que las bordadoras, jóvenes y mayores, dejaban bordadas todas las figuras que el “reglamento” permitía hacer en esa aldea. Cada figura encerraba un símbolo. Si las figuras no se bordaban acorde a las reglas establecidas, se confundía el lenguaje de la comunicación plasmado en ellas. Lo mismo valía para cada elemento del atuendo femenino o masculino. Cada pieza encerraba un significado semántico. Por ejemplo, la mujer casada debía vestir hasta determinada edad sobre sus demás prendas un klashnik, esto es una especie de abrigo o de chaleco sin mangas de lana. Aunque tuviera calor, no se lo podía quitar porque ello significaría que su edad no era la que era, que la mujer no estaba casada o que se había apartado del matrimonio, explica la etnógrafa Mijailova.

“Los colores en el traje típico de la búlgara son muy variados. Todo se teñía con tintes naturales de origen vegetal preparados según diferentes recetas. Una vez teñida con infusiones de plantas, la lana se trataba con oxidantes, por ejemplo salmuera de col fermentada, zumo de peras o manzanas silvestres, solución de cal muerta, etc. Como resultado de ello la lana quedaba teñida algo disparejamente pero, en cambio, los colores no se deslucían y los matices no hacían el contraste propio de los colores hechos con tintes anilínicos. Predominaba el color rojo, símbolo de la vida, el vino y la sangre, seguido por el marrón, el amarillo, el ocre que simbolizaban el semen en el sentido fálico, y la fertilidad y la fecundidad en la naturaleza. En ningún tejido o prenda típica se puede ver color verde césped porque se creía que simbolizaba la muerte. El negro se utilizaba más que nada para marcar los contornos”.


El etnógrafo Hristo Vakarelski hizo en 1942 una clasificación de los trajes típicos masculinos, según la cual suelen ser p de color negro o de color blanco. Las prendas más antiguas eran blancas, hechas de paño rústico blanco, adornadas con cordones o galones de color rojo, negro y amarillo para los más jóvenes, y negro para los más mayores.

Sin embargo, desde mediados del siglo 18 las prendas masculinas empezaron a adquirir tintes más oscuros y cambiaron de corte. Las prendas blancas eran usadas en la región de Sofía y al sur de ésta. En las zonas montañosas, la sierra balcánica y el macizo Ródope, donde se criaban gran número de ovejas para cubrir la demanda del ejército osmanlí, se comenzó a criar también la oveja parda traída de Anatolia. La gente de la zona producía queso y carne para el Imperio Otomano, bajo cuyo dominio estuvo Bulgaria casi cinco siglos. Las mujeres tejían sayal, medias y cordones, y hacían prendas para el ejército turco. Poco a poco fueron asumiendo los colores más oscuros también para la ropa de la familia porque resultaban más prácticos. Antes de casarse, la búlgara debía elaborar tres o cuatro trajes completos para su futuro esposo, y otros tantos para sí misma, respetando los cánones de la tradición para cada edad.

“Tres días antes de las boda la dote preparada por la novia, incluidos las prendas que obsequiaría a su futuro marido, suegros, cuñados y cuñadas, etc., se colgaba en las paredes. Las alfombras, frazadas y demás prendas de mayor tamaño se colocaban en la cerca de la casa para que todos las pudieran apreciar,
continúa diciendo la etnógrafa Ganka Mijailova. Los vecinos del pueblo pasaban una y otra vez para verlas, sobre todo las mujeres y las artesanas maestras, que miraban también el reverso de los tejidos, en el que no debía haber ni un solo nudo. Por cierto, la mujer siempre dejaba algún elemento de la prenda sin terminar, como amuleto contra el mal de ojo”.

Ya que todo en la vestimenta estaba muy bien reglamentado, al casarse una mujer con un hombre de otra aldea la lloraban plañideras, porque en la noción popular vivir fuera de la aldea propia era vivir en el extranjero. La novia marchaba con la dote que había preparado para su futuro marido pero esa dote no concordaba con las normas de la aldea de origen de éste. A la mujer no le daba tiempo elaborar nuevas prendas puesto que labraba la tierra, cada uno o dos años daba a luz, atendía a la familia y cuidaba de sus suegros. Así quedaba de alguna manera aislada en el contexto de su nueva aldea.
En resumen, el traje típico búlgaro es todo un universo. Ya que no lo conocemos en detalle, los búlgaros modernos no siempre logramos descifrar su lenguaje, termina diciendo la etnógrafa Ganka Mijailova.

Versión en español por Raina Petkova

Fotos: Archivo del Instituto de Etnología y Folclorística  de la Academia de Ciencias de Bulgaria

По публикацията работи: Miglena Ivanova
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