El folclore búlgaro está plagado de anécdotas e historias humorísticas, proverbios y personajes cómicos. Hay un proverbio tradicional que reza: “A la broma hasta Dios le ayuda”. Significa que el sentido del humor agrada al Todopoderoso y lo hace más condescendiente para con los humanos. Los búlgaros no somos creyentes fanáticos. La tradición folclórica “humaniza” en cierto sentido al Todopoderoso, para hacerlo parte del día a día de la gente. Hay un saludo tradicional, por ejemplo, que solían pronunciar antaño los campesinos al encontrarse con alguien trabajando en el campo, o incluso no necesariamente en el campo, sino haciendo cualquier trabajo. El saludo es “Dios te ayude”. Significa que nuestro connacional no espera recibir nada gratuitamente, sin esforzarse y trabajar. Está convencido de que para recibir ayuda del cielo debe primero hacer un esfuerzo él mismo. Y por eso hay otro proverbio muy interesante que reza: ayúdate tú mismo para que también Dios te ayude.

Y otro proverbio más, ligeramente irónico: “Dios suele ayudar, pero no hacer nuestro trabajo”. O sea que, habiendo incluso recibido un obsequio del Todopoderoso o del destino, ese obsequio podría ser sólo el comienzo, al que hay que añadir mucho esfuerzo personal para lograr lo deseado. Aunque eso sí, aún teniendo en alta estima la laboriosidad, el búlgaro cree que un poco de imaginativa y astucia siempre son de utilidad.

Cuenta una anécdota folclórica la historia de un campesino pobre que trabajaba muy intensamente, día y noche, pero nunca lograba conseguir lo suficiente para el sustento de su familia. Por fin decidió acercarse a dios y preguntarle cómo debía vivir para lograrlo. Tras escuchar su lamento, Dios le dijo: “Veamos qué te ha deparado el destino en esta vida”. Consultó a las pitonisas y éstas respondieron: “Que robe para poder comer. En ese mismo instante nacía un bebé, y las pitonisas le depararon “Ser señor”, e incluso le prepararon una bolsa de dinero de obsequio. Viendo esto, Dios despidió a las pitonisas y dijo al hombre pobre: “Llévate tú la bolsa de dinero preparada para el recién nacido y huye lejos”. Obedeció el campesino, tomó bolsa de dinero y echó a correr.
Muy pronto las pitonisas volvieron junto a dios para recoger el obsequio preparado para el recién nacido. Al no encontrar la bolsa de dinero, preguntaron al Todopoderoso cómo es que había desaparecido la bolsa. Y Dios les contestó: Ustedes depararon a aquel campesino robar para poder vivir. Él se robó la bolsa y escapó”. De tal manera este ingenioso aforismo tradicional perdona el pecado del hombre pobre y haz justicia “con ayuda de Dios”.

Otro cuento refiere que unos ladrones entraron a robar en una iglesia. El uno se llevó todos los vasos sagrados de plata, pero a última hora vislumbró una veladora colgada en lo alto del Sagrado Trono en la Iglesia. Decidió llevarse también el velador, pero el segundo ladrón se sintió avergonzado por tal sacrilegio y le aconsejó: “Oye, al menos quítate las alpargatas para no ensuciar el Sagrado trono”. A lo cual el primer ladrón contestó con una picara sonrisa: “Hermano, Dios no se fija en la limpieza de las alpargatas, sino del corazón”. Así la anécdota folclórica condena no tanto el hurto, sino más bien la hipócrita devoción.

Les referiremos otra anécdota más sobre el hombre y la ayuda divina. Érase un campesino que se disponía emprender un largo viaje. Sacó el caballo del establo y se dispuso a montarlo. Pero antes, según la costumbre tradicional, se persignó y dirigió una plegaria al Todopoderoso: “Ayúdame, Dios”. Y ya que esto sucedía en la festividad de los 40 santos mártires, el campesino invocó también a ellos su plegaria de ayuda en el viaje. Hecho esto, saltó para montar el caballo, pero con tal fuerza lo hizo que sobresaltó el corcel y cayó a su otro lado... Al ver esto su vecino le preguntó con una pícara sonrisa: “Oye, te pareció poca la ayuda que a Dios habías pedido? ¿Seguro que necesitabas también la de los santos mártires? Como ves, todos se han empeñado en ayudarte y se han excedido en el esfuerzo... ¡Qué le vamos a hacer!”

Finalmente una anécdota sobre el personaje más pícaro del folclore búlgaro: Pedro el Astuto. Aún siendo muy pobre, Pedro el Astuto logró juntar dinero y comprar un carnero para cebarlo. Rogó al pope (o sea el cura del pueblo) y al alcalde oficiar una misa en su memoria el día que Pedro el Astuto se muriera. El cura y el alcalde decidieron acelerar los sucesos y comerse más pronto el carnero. Llamaron a Pedro el Astuto y le aseguraron que había llegado el fin del mundo, y que por tal motivo resultaba más sensato sacrificar al bicho de inmediato. Así lo hizo Pedro el Astuto. Sacrificó el carnero y junto con el cura y el alcalde se fue a orillas del río para asarlo en una fogata. Ya que hacía mucho calor, el cura y el alcalde decidieron refrescarse en las aguas del río, dejando a Pedro el Astuto cuidar del carnero en la fogata. Se desnudaron y entraron al río... Aprovechando su ausencia, Pedro el Astuto quemó sus prendas en el fuego. Al salir del agua, el cura, indignado, preguntó por qué lo había hecho... “Bueno, padre, como usted decía que había llegado el fin del mundo, y como tantas veces nos ha explicado que el hombre desnudo ha venido y desnudo se marchará de este mundo, pensé que su ropa ya no la necesitaría usted... Y así se vengó de la gula y de la codicia del cura.