Desde hace algunos años, Iván Pankev pasa parte de su tiempo viajando por el mundo. Todo lo que ve y aprende, lo cuenta en textos e imágenes en su blog. Ha visitado más de 30 países. Le gusta viajar haciendo dedo; está convencido de que la percepción de los autoestopistas se diferencia bastante de la de los turistas tradicionales. A la pregunta de cuán loco hay que ser para dar la vuelta al mundo en autostop, responde con una sonrisa:

En Bulgaria nunca había hecho dedo. En 2012, cuando mi novia y yo fuimos a Argentina en mi primer viaje importante, decidí desplazarnos así. Fue extraño. Nos quedamos parados junto a la carretera pero nos daba vergüenza levantar el dedo. Luego empezamos a hacerlo bien. Mi viaje más largo en autoestop –de Turquía a Irán y de regreso– duró 5 meses. Me gusta viajar de esta manera por los encuentros con gente diferente. Alquilando un coche o recurriendo al transporte público, el contacto con la gente local no es tan directo, mientras que cuando hace dedo, el viajero es, en cierta medida, uno de ellos.

Según Iván, viajar a dedo le ayuda, asimismo, a “cambiar” de una cultura a otra.

Cuando se viaja en autoestop, durmiendo en una tienda de campaña se está más abierto a la cultura del país que se visita –comenta– . Además, se aprende muy pronto qué es lo que no es recomendable hacer. En Irán, por ejemplo, no tardaron en explicarme que nunca debería levantar el dedo pulgar para hacer autostop, ya que este gesto equivalía a un insulto.

Fue precisamente ahí donde Iván tuvo el encuentro más memorable durante sus periplos hasta la fecha.

Fue un ejemplo impresionante de la hospitalidad iraní –cuenta Iván– . Estaba haciendo dedo y un hombre mayor que conducía un camión cisterna me subió. Le pedí que me dejara en el lugar del destino al que viajaba. Le expliqué que tenía una tienda para acampar para poder dormir en cualquier sitio. Pero él me invitó a su casa. Parecía una pequeña caja de hormigón en medio de una especie de desierto. Cenamos lo que había y luego él dijo que era hora de acostarnos a dormir. Pensé que todos dormiríamos en el suelo, porque ahí no hay camas. En Irán la gente también suele comer en el suelo, pero esto no es un signo de pobreza. Pues bien, mi anfitrión, su esposa y sus dos hijos se acostaron a dormir afuera, dejando a mi disposición la casa con aire acondicionado.

En sus periplos por el mundo, Iván ha podido ver varios lugares hermosos, pero son las Cataratas del Iguazú en Argentina las que se han grabado en lo más profundo de su mente.

Era el final del invierno y el comienzo del verano. Había agua alta. La vista me dejó sin aliento, recuerda el trotamundos, cuyo destino predilecto quizás sea América del Sur. Y la perla local de la corona para él es el Ecuador. Es uno de los tesoros ocultos de Sudamérica. Un país pequeño de gente amigable. Lo tiene todo: picos de más de 6000 metros de altitud, playas, jungla…, dice Iván.

Explica que viajar y conocer diferentes culturas le ayuda a crecer como persona.

En primer lugar, esto ha transformado mi punto de vista sobre las necesidades del ser humano. Cuando viajas durante unos 4 o 5 meses al año sólo con la mochila a la espalda, acabas dándote cuenta de que cuanto menos tienes, más libre y menos agobiado te sientes. Por esto procuro no acumular cosas. Además, recorriendo el mundo, uno se convence de que la gente en todas partes es igual, independientemente de lo diferente que sea su apariencia física. Quiero decir que sus deseos y aspiraciones son los mismos: todos quieren tener un trabajo o ingresos garantizados para vivir una vida tranquila y criar a sus hijos. Así uno se convierte en cosmopolita, aprende a aceptar a las personas con sus diferencias. Creo que es bueno que los jóvenes viajen, esto les permite entender mejor lo que quieren de la vida.

Versión en español por Daniela Radíchkova